24 Jun

                                  (Checo Aurelio Miró-Quesada, Fernanda Rodrigo y el abogado Javier Arteaga. Una noche cualquiera. Country Club)

Checo Aurelio Miró-Quesada solía organizar orgías en su casa de playa en Totoritas. Resulta que en una de esas reuniones, plagadas de colegialas de los colegios más nice de Lima y de universitarias de primeros ciclos, conoció a Fernanda Rodrigo, una señorita de dieciocho quien hacía un año acababa de salir del Villa María y había entrado a estudiar Economía en la Universidad del Pacífico. Era la prima de una de las amigas de Checo; y por supuesto, él no dudó en seducirla y, la misma noche de haberla conocido, en llevarla a la cama. Así, comenzaron a salir. Pero Checo, desde un inició, aclaró tácitamente una sola cláusula: Que detesta los contratos de exclusividad y fidelidad; que si bien pueden salir, tirar y pasar un momento de putamadre, la atadura del amor estaba excluida. Fernanda aceptó las condiciones y firmó el pacto. Sin embargo, colgaba fotos en el Facebook juntos y hasta le decía a sus amigas del Villa María que, ¡por fin!, había logrado conquistar a aquel músico con poses de rebelde. Cuando Checo y Fernanda tenían sexo, ella aducía que estaba en sus días no fértiles (y, te juro, amor, soy puntualísima); que el condón le producía alergia; que no había nada más rico que sentir a Checo sin una envoltura. Todo iba bien, hasta que un fin de semana, después de una reunión de excesos, Fernanda le dijo que estaba embarazada; que tenía un par de semanas de gestación.
- No podía creerlo. ¡Esa pendeja me había metido la rata! – exclama Checo, entre un trago, en el bar del spá, "The Lord", al que suele acudir, rodeado de prostitutas de lujo que no bajan los quinientos dólares la sesión, y donde suele encontrarse con Javier, el abogado treintón que defiende mineras y que tira pose de duquesito en los restaurantes de los hoteles de lujo de Lima.
- ¿Y qué hiciste? – pregunta Javier, sorprendido.
- Le dije que aborte, pero la perra no quiso. Me dijo que las monjas del Villa María le habían inculcado que la vida es una bendición y bla bla blá. ¡Me llegó tanto al pincho que quería matarla! – y hace una pausa. – De hecho, en esos momentos de crisis lo busqué por todos lados; sabía que usted podía ayudarme a… no sé… you know what I mean.
- ¿Y qué querías que hiciera? – pregunta Javier arqueando las cejas.
- Mandarla a matar, pues. – y lo dice con total naturalidad; como si Javier esperase esa respuesta. – ¿O qué cree?, todos sabemos cómo trabajan los abogados como usted. Pero luego me entró miedo, ¿acaso iba a ser capaz de matar a alguien con un bebé en la panza?
- ¿Y tus padres? – pregunta, ignorando el comentario.
Checo tuvo que contarle todo a sus progenitores. Cuando lo escuchó, Don Jaime Miró-Quesada, tras un suspiro de control, arrojó al suelo el vaso de whisky que bebía y, entre el llanto de Doña Flavia Lynch, cogió a Checo del pescuezo y, lanzándole una mirada de fuego, le dijo: Ahora, te harás responsable de la cagada que hiciste. No sólo te vas a casar con esa mocosa, sino que te largarás de mi casa. Checo no quería casarse; aducía, entre el llanto, que aún era muy joven para hacerlo. Con el corazón hecho trizas, Doña Flavia tuvo que interceder: ¿Acaso no te das cuenta, hijo? ¡Bajo ningún motivo dejaré que mi nieto sea un bastardo!, le dijo, ya cuando Don Jaime se había retirado a su habitación. No te preocupes por nada; yo te pasaré una mensualidad para que termines tu carrera de música en la UPC y puedas mantener a tu baby. Será un secreto entre tú y yo. La familia de Fernanda, por otro lado, exigía también que el matrimonio se contraiga: Este niño o niña tendrá que estudiar en el Villa María o en el Santa María y, así es, pues hijito, en esos colegios no aceptan niños de padres separados; así que vayan haciendo los papeleos para casarse lo antes posible por civil y el próximo año ante los ojos de Dios, advirtió la madre de Fernanda. Y así, poco antes de casarse en la Municipalidad de San Isidro y a efectos de que el bien no ingrese en un consorcio nupcial, Doña Flavia efectuó un adelanto de herencia y le donó a su hijo una casa pequeña, apenas de doscientos metros cuadrados, en las faldas del cerro de Las Casuarinas, a pocas cuadras del colegio donde había estudiado Javier, el Trener, uno de los coles más caros del país y de niños bien.
- ¿Bienes separados?
- No. Sociedad de gananciales. Me cagaron por todos lados, putamadre. – y tras una bocanada de aire, prosigue. – Ahora, ella se retiró del ciclo en la Universidad, y ¡ni se imagina el infierno que es convivir! Me estresa su emoción; todo el puto día preguntándose: ¿Y este ángel será hombre o mujercita?; si es hombre, lo llamaré Francisco, como el Papa Panchito, y si es mujercita, la llamaré Micaela. ¡Aj!, me revienta los huevos que todos los putos sábados me pida ir de shopping: Ay, que la ropita, que el cochecito, que los juguetitos cuando ¡ni siquiera tiene tres meses de embarazo! Y, ¿sabe?, ¡ni se imagina lo que hizo hace unas semanas!, se atrevió a contratar por tres mil dólares, plata que yo (o bueno, mi mami) tuve que pagar, a su amiguita Gisella Flint, su best friend recién llegadita de Milán, para que diseñe el cuarto del bebé.
Checo da breves sorbos al trago; voltea la mirada, cual neurótico, percatándose que nadie lo esté oyendo, y prosigue:
- La flaca se pasa la mañana en la peluquería, en Bocatta o en el club. Y luego, por las noches, cuando tengo que verle la cara de mosquita muerta, me viene con sus aires de madre sufrida y no me queda otra que aliviar sus antojos: Que le provoca un panqueque de Palachinke, un helado del 4D, ir a cenar a Osaka, ¡conchasumadre!. – y mira a Javier con intensidad. – ¿Y todo para qué? Para que, después de tragar, la malparida termine vomitando en la cama.
- ¿Y lo soportas?
- Pues, ¿qué me queda?, tratar de no estar mucho tiempo en mi casa, ¿puede creerlo?, ¡en la casa que mi mami me regaló!
- ¿Y los gastos? ¿Ambos los asumen? – interroga Javier, cual fiscal.
- ¿Acaso está loco, Doc?, ¡Soy yo quien asume absolutamente todo! Y, ¡no sabe el colmo de la conchudez!, esta cabrona me obligó a que saque un adicional de mis tarjetas de crédito. El mes pasado tuve que rogarle a mi madre (porque si mi papi se entera, me castra) para que pague las cuentas. Lo peor de todo es que cuando le recrimino se pone a llorar y me hace un melodrama del carajo, y grita que perderá al bebé, a ese “fruto angelical”; y que, si lo pierde, no dudará en denunciarme. Y, putamadre, no me queda otra que callarme la boca y sosegarla con dinero y más dinero. – y Checo golpea la mesa, frustrado, emitiendo un grito que no puede contener.
- ¿Quieres cagarla? – pregunta Javier, dándole una leve palmada en la espalda desnuda.
- Sí.- responde, firme. – Cáguela. Quiero que absolutamente todo el mundo se entere de la puta que es, porque ¡no sabe el historial que tiene! Quiero cagarle la vida de la misma forma como ella me la cagó.
- Okay. – responde Javier, y tras entrecerrar los ojos, sonríe.
- ¿Qué hará?
- No hay mucho qué hacer: Si la casa que te dejó tu madre fue antes de casarte está fuera de la sociedad de gananciales; por lo tanto, de existir divorcio, no habría mayor disputa entre una división o partición. Ahora bien, ¿han adquirido algo estando casados? ¿Auto? ¿Acciones? ¿Algo?
- Pfff, ¿qué carajo voy a estar comprando acciones? A duras penas hemos comprado una cuna, ropa, ¡huevadas! – y alza la voz.
- Cojonudo. – contesta Javier, sonrisa risueña. – Mira ve, muchas de las causales de divorcio que la Ley establece son sumamente difíciles de probar ante un Juez.
- ¿Y si le saco la vuelta? Puedo hacer que alguien me filme tirándome a una flaca cualquiera y que tal video le llegue como un anónimo.
- ¡Imposible!, viendo las cosas como me cuentas, y no haciendo mucho análisis, asumo que esta chiquita consentirá o permitirá la comisión de un adulterio. – y toma un trago de whisky.
- ¿Y si me largo de la casa sin decir nada?
- La Ley lo denomina como abandono injustificado. – y luego pone una mirada cínica. – Pero, ojo, tendrás que hacer que la tierra te coma por lo menos dos años para que recién se pueda tramitar el proceso de divorcio.
- ¡La concha de la lora!
- Se me ocurre algo, escúchame. Si realmente quieres cagarla y dejarla como una puta cochina, te recomendaría que esperes a que nazca la criatura. Apenas eso ocurra, solicitamos el divorcio amparándonos en una de las causales más horrendas que la Ley nos permite: Que, tras el matrimonio, tu cónyuge contrajo una enfermedad “gravísima” de transmisión sexual.
- ¿Y cómo hacemos eso? – pregunta Checo, jalándose sin fuerza el cabello.
- ¡Fácil! – exclama Javier con un tono peculiar, como si estuviese acostumbrado a controlar las ansias de sus clientes. – Hay un montón de laboratorio de medio pelo, sobretodo en el Centro de Lima que, por una pequeña retribución, certifican lo que te da la puta gana. Además… –  y se carcajea. – Al juez le importa un rábano dónde, cuándo y quién da fe de un test de sangre. ¡da igual! – exclama. – Es más, si tu amada esposa solicita peritajes, ¡ahí ganamos!, los médicos legistas son unos monos que por cinco lucas se bailan un rico mambo.
- ¿Y el cachorro? ¡No quiero tener ningún hijo!
- Argumentaríamos ante el Juez que, al ser sólo la madre quien puede dar de lactar y que nada compensa el calor materno, el bebé tendría que quedarse con ella. Aduciríamos también que, como eres un músico y, dado que tu sustento económico se basa de los conciertos y que no son pocas las fechas en las que estás de gira, te encontrarías en la imposibilidad de cuidar un recién nacido. – y, al acercarse a Checo, susurra. – En los juzgados de familia hay tantas juezas feministas, roji-caviares y lesbianas que no permitirán que un pastrulo como tú tenga la tenencia de un bebé.
- No sé si pueda esperar hasta cuando nazca el cachorro de la concha de la puta lora.
- Ten paciencia. – y entrecierra los ojos. – Te recomendaría que pongas cámaras en tu casa, ¡es más!, cuando esta chiquita te pida dinero o te venga con gollerías, grábala con tu celular; eso nos servirá después.
Checo asiente. En eso, recibe una llamada.
- ¡Chucha! – exclama. – Olvidé que tengo una cena en la casa de los papás de Fernanda.
- Vaya usted con Dios, maestro. – dice Javier, risueño, dando un sorbo más al whisky.
- Prefiero irme con el diablo; Dios no me permitirá matarlos a esos jijunas. – y al levantarse, asegura la toalla en la cintura. – Lo mantendré al tanto de todo, Doc.
Luego de un par de vasos más de whisky, Javier se acerca a una de las masajistas. Suben a las habitaciones: Incienso; estufa prendida. Con aceite de uva, le frotan la espalda, los muslos, el pecho.
- Te doy cien dólares si me la corres. – propone Javier, casi al culminar la sesión, alegre por el whiskjy, relajadísimo, mirada de villano.
- Yo no hago esos servicios, Doctor. – responde la masajista, voz suave. – Las otras señoritas, las que están en vestidos, lo hacen. Yo no doy sexo.
- No te estoy pidiendo sexo. – y vuelve su sonrisa pícara. – Pero tus manos son tan suaves; las quiero sentir abajo. Te pago ciento cincuenta, última oferta.
Y la dama comienza a masturbarlo. Primero suave, con harto aceite de uva ahí, en el erecto y depilado miembro de Javier, el joven abogado cazurro, quien ahora cierra los ojos e invoca a Adriana, una muchachita de veinte años, la hija de un diplomático chileno, la última mujer con la que se acostó una noche, en casa de ella, después de asesorar a su padre con una consulta referente a unos tratados. Poco a poco, la señorita va moviendo más rápido la mano, entre suspiros silenciosos. Cuando Javier eyacula, emite un pequeño gemido varonil, retorciéndose involuntariamente, disparando un chorro de líquido seminal que no sólo mancha las manos de la masajista, sino que le cae en la blusa azul.
- Es tremendo. – dice, limpiándose. – Disculpe, ¿cómo se llamaba? No recuerdo su nombre, siempre lo traté de “Doctor”.
- Ah, sí. – contesta Javier, volviendo a la realidad. – Me llamo Checo Miró-Quesada.
Javier se levanta de la camilla. Se vuelve a enrollar la toalla en la cintura y se dirige a la puerta.
- Vuelva pronto, Doctor Checo. – dice ella.
Y Javier estalla en carcajadas.



Días después de aquel encuentro, Javier revisa su correo electrónico una mañana ni bien llega a la oficina. Entre ellos, encuentra dos correos electrónicos de Checo: Uno, con el asunto “Seguro de vida”, y otro, enviado tres horas después, con el título “URGENTE”. Decide sólo abrir el último:

“Doc!
Tal y como me recomendó el otro día puse cámaras camufladas en toda la casa, incluyendo las habitaciones. No se imagina lo que descubrí: ¡FERNANDA ES LECA! Así como lo lee: No sólo es una arrecha convenida, sino, ¡¡¡terminó siendo del otro bando!!! Acabo de revisar los videos y descubrí que, embarazada como está, se tira a su amiguita, esta diseñadora con cara de machona recién llegada de Milán, Gisella Flint. Le adjunto el video. 
¿Podría adelantarse el tema del divorcio y esas huevadas? Si por mí fuera, mataría a esa perra.”

Javier abre el archivo adjunto: Es un video enfocado desde una esquina. En un primer plano, se observa una sala desordenada: Bolsas tiradas por doquier, platos sucios en la mesa central, revistas en el piso. De pronto, aparece Fernanda: Con pijama, el cabello encogido. Lee un libro. Al cabo de unos minutos, se logra escuchar el timbre. De un salto va a abrir la puerta. Entra otra persona, una mujer. Javier asume que se trata de Gisella Flint: De cabello negro, nívea, delgada. Hablan algunas cosas que no se logra descifrar y, tras ese breve diálogo, ambas estallan en risas y caen en el sofá de cuero. La cámara enfoca a la perfección la escena que está a punto de consumirse: Comienzan a besarse en la boca. Es un beso lento, como si es que, entre ellas, la primavera de un corazón se asomase a un otoño. Luego, una respiración agitada, indica que la pasión comienza a nacer, a lanzar sus primeras llamaradas en esa fogata lésbica. Se quitan la blusa, luego el sujetador. Se besan los pechos; con la impureza de la lengua van abriendo el sendero prohibido de la infidelidad y de la traición:
- Reina, ¿y si nos descubre tu esposo? – pregunta Gisella, tras un suspiro infinito.
- ¡Imposible! Además, por último, si vienes, ¿qué?, esta es mi casa también. – y lanza un impulso de placer. – Qué rico sería si se nos une, ¿o no?
Se quedan desnudas. Las caricias, el calor, esa brasa que nace indican que la sangre está en su punto de ebullición. De pronto, de la cartera, Gisella saca dos vibradores. Con sonrisas, con caricias, con esa risa incontenible, comienzan a estimularse. Javier no pestañea; siente placer al ver las imágenes prohibidas. Encuentra deliciosa la escena. Existe cierta elegancia, delicadeza, entre ambas damas, altamente bellas y refinadas, que se asoman a ese océano oscuro entre el pudor y la perversión. Existe arte cuando se besan ahí, en la zona prohibida, y son inducidas a retorcerse y a mojarse entre la lluvia del pecado. Nadie las imaginaría así; cualquiera, pensaría que son tan diosas que serían incapaz de pecar y, con mayor razón, si se tratase contra la naturaleza humana.
De pronto, sin tocar la puerta del despacho, hace su ingreso Stephanie, la nueva practicante, veinteañera y oji-verde. Inmediatamente, Javier pone pausa en el video y no le da tiempo de cerrar la ventana del ordenador. La imagen se queda congelada: Con Gisella echada en el sofá, piernas abiertas, dejando que Fernanda bese la entrada del amor.
- Disculpe, Doctor Arteaga. – dice Stephanie, ya adentro de la oficina. Le es imposible no abrir los ojos al punto máximo de exageración al darse cuenta de la imagen congelada en el MacBook de Javier. – Creo que lo estoy interrumpiendo.
- Stephanie, no es lo que crees, ¡en lo absoluto! – exclama Javier, simulando una sonrisa cínica. – Lo que estás viendo es un medio probatorio que analizo.
- ¿Medio probatorio? – pregunta Stephanie con un tono peculiar, incrédula.
- Un cliente me ha mandado este video para demostrar la infidelidad de su esposa. – dice, fingiendo poco interés. – Más bien, te pediré que para mañana escribas un informe referido a la teoría de la prueba y, específicamente, a la admisibilidad de videos domésticos. – enfatiza, como para apagar el bochorno.
- Mañana mismo lo tendrá en su escritorio. – hace una pausa. – Más bien, vine a recoger el expediente de la Minera Río Colorado.
- ¡Oh, claro! – exclama. – Déjame ayudarte.
Y, al levantarse, Javier nota que tiene una erección, la misma que disimula con la indiferencia. Stephanie, al notarla, emite una sonrisa que trata de camuflarla escondiendo el rostro entre su cabello rubio.
- Acá lo tienes. – dice él entregándole el fajo de documentos. – Y la próxima vez, toca la puerta antes de entrar; evitarás llevarte sorpresas.
- Cómo no, Doctor. Lo siento.
- ¿Qué tal tus notas de la Universidad?
- ¡Buenísimas! Estoy en el tercio superior de la de Lima. – y entrecierra los ojos. – ¡Hablando de la Universidad!, necesito que más tarde firme mi informe de prácticas.
Con esa dosis de júbilo, Stephanie sale del despacho. Sólo falta que también sea lesbiana, piensa Javier, en medio del cinismo, clavando los ojos en el culo apetecible de su practicante, quien al caminar exagera el movimiento de cintura.



Esa misma noche, Javier cena con Checo en La Romántica. Ambos piden lo mismo: Filet mignon y una botella de vino.
- ¿Qué tal le pareció el video? – pregunta Checo, dejando que el camarero le sirva vino.
- Impactante. – responde Javier. – ¿Sabías que era lesbiana?
- ¡No tenía la más puta idea! – exclama Checo. – Pero, ¿sabe?, no me importa si es lesbiana, transexual, hermafrodita o travesti, ¡me da igual!
- ¿Has vuelto a tener sexo con ella?
- ¿Acaso está demente, Doc? ¡No hay forma! – vocifera. – Desde que quedó embarazada no tiramos. Me da, no sé, nervios. Pero no deja de sorprenderme que haya hecho eso; ¡qué puta, ¿no?!, hasta, imagínese, ya se le nota un poco la panza.
Javier escucha a Checo como si fuese un padre escuchando las pataletas de un niño: Mudo, casi sin pestañear, limitando sus palabras a lo estrictamente necesario.
- Sólo te diré que esa amiguita, Gisella Flint, está rica. – dice Javier, y ríe.
- Aunque parezca un fantasma, tiene un culito perfecto. – y luego suspira. – Hasta me sentí feliz cuando vi ese video. Sólo falta que en este país se apruebe el matrimonio de rosquetes y sea ella quien me pida el divorcio, ¿se imagina? ¡Carajo, sería tan feliz! – y toma un sorbo de vino. – Pero Doctor, usted ¡tiene que ayudarme! No creo que soporte tanto tiempo, ¡son seis meses los que quedan para que la bastarda dé a luz!
- Tranquilo.
- ¿Cómo que tranquilo? ¡Estoy en una prisión con olor a vómito!
- Estuve pensando y se me ocurrió algo cojonudo. – y, emite una sonrisa maliciosa.
- Soy todo oídos. ¿Qué hará? ¿Mandará a uno de sus gorilas para que la maten? ¿La drogaremos y la mandaremos en el avión presidencial a La Habana? ¿Falsificará un informe psiquiátrico y la meteremos al Larco Herrera?
- ¡No hables sandeces, carajo!
- Sorry, cuando estoy ansioso se me da por hablar cada cosa.
- Mira: Firma un convenio de conciliación a efectos del divorcio. Acuerden que ella se quedará con el bebé; que le pasarás una mensualidad de, digamos… mil dólares; que tus visitas se limitarán a los fines de semana. ¡Ah!, y pactas una suerte de compensación, págale dos mil dólares y que con eso se conforme. – dice Javier, mirada entrecerrada, casi susurrando, percatándose que nadie lo escuche.
- ¿Y cree que es tan fácil? ¡La perra me hará la vida imposible! – y se jala el cabello.
- También pensé en eso, descuida. – dice Javier, abriendo su portafolios. – Mira esto.
Eran los resultados de un test de Elisa que daban positivo. En el documento, figuraba no sólo el nombre completo y los datos personales, incluyendo DNI y dirección, de Fernanda; sino, en la parte inferior aparecía una rúbrica falsificada de un Doctor, Gianfranco Manrique López, quien daba fe del mismo; y, para enfatizar la supuesta veracidad del documento, en la parte superior, aparecía el logo de la clínica Anglo Americana.
- ¿¡Cómo lo consiguió!? – interroga Checo, exaltado.
- Tranquilo. Es un documento falso.
- ¿Y cómo hizo para obtenerlo?
- Son secretos del oficio. – y vuelve a sonreír. – Escúchame: Si en caso esa pendeja malnacida no quiere tomar por las buenas la firma de un convenio de conciliación, amenázala con publicar en todas las redes sociales este documento y aquel videito extremadamente delicioso en el que sale cachando con su fantasmita culona, ¿qué te parece?
- ¿Usted cree, Doctor?
- ¡Claro! Todas las lecas y los maricones tienen fama de sidosos. A nadie le extrañaría que tenga el bicho en la sangre; te aseguro que le será difícil desmentir la falsedad de estos resultados truchos. Quedaría como una puta lésbica. Además, lo que quieres es separarte, ¿no? Con la firma del convenio y amenazándola, lo lograrás. Si se rehúsa, no sólo su imagen de beata se irá a la basura, sino que bastará presentar el video acusador ante un Juzgado de Familia y punto, ahí vemos cómo nos movemos y hacemos que tu resolución de divorcio salga en un dos por tres.
- ¿Y si me denuncia? Si logra desmentir esos resultados de VIH son falsos, ¿qué hacemos?
- ¿Denunciarte? – y se ríe. – ¡Imposible! ¿Crees que tendría el descaro de denunciarte por “haber manchado su honra”? ¡Ni cagando! Y, por último, si lo hace, solicitamos a un médico legista que vuelva a tomar el test, y, ¡la hundimos!, ahí seríamos víboras despiadadas; esos médicos legistas son tan, pero tan, misios y reprimidos que no será difícil romperles la mano. – y da un bocado de carne. – ¡Amenázala!
- Ya, ya, pero, ¿esta seguro que el cachorro lo criará ella?
- ¡Carajo!, ya te dije que las juezas de Familia son unas feministas aguantadas; eso dalo por hecho.
En eso, suena el celular de Checo.
- Me tengo que ir. – dice.
- Quedamos así, entonces.
- ¿Le deberé algo, Doc? – pregunta.
- ¡Bah!, no te preocupes que esto es como jugar monopolio.
Checo sale del restaurante. Javier sonríe con cierta maldad: Ojalá no te corten los cojones; la mujer despechada es más despiadada que un sicario, piensa dando el último sorbo a la copa de vino.



Sin embargo, la desgracia se inmutó; la tristeza del azar volvió a derramar lágrimas: Javier no imaginó que aquella cena sería la última vez que vería a Checo. A los pocos días, Checo cumplía veinte cinco años: Aquella mañana nublada, Fernanda le dio un beso tibio y le preguntó si pasarían el día juntos:
- Te veré en la noche. Estaré toda la mañana en la Universidad y por la tarde almorzaré con mis viejos. – contestó él, bostezando e indiferente, entrando a la ducha.
Entonces, Fernanda aprovechó: Más que la obsesión de comprobar, tal y como su marido afirmaba desde que ella había quedado embarazada, que le era fiel, era una intuición maldita, cual lluvia infinita, lo que la conllevó a coger el celular de Checo y revisar su contenido. Ingresó a sus redes sociales y revisó cada una de las conversaciones privadas. No había ninguna que le diese a pie a sospechar algo. Al fin y al cabo, él tenía la costumbre de borrar cada una de sus conversaciones de chat. Luego, revisó la única cuenta de correo electrónico que estaba sincronizada con el dispositivo. Y ahí, en ese instante, en aquel maldito momento, Javier envía un correo que el dispositivo lo notifica de inmediato:

“Estimado Checo;
Recibe un feliz cumpleaños!!!!! 
Adjunto el documento que te mostré la última vez que nos reuinimos. Ya sabes: Intimídala y cágala sin remordimientos. Tenemos el asunto controlado.
Un abrazo,
Javier Arteaga”

Y, entonces, Fernanda abrió el documento y se percató de los resultados falsificados del test de VIH. Vio su nombre; percibió ese calor endemoniado al darse cuenta lo que ahí estaba escrito: Portadora positiva. ¿Qué mierda es esto?, murmuraba, con las manos temblándole de rabia, mientras entraba a la página web de la Clínica Anglo Americana y, entonces, las cosas se complicaban aún más cuando descubría que el médico que firmaba tal documento no aparecía dentro de la lista del equipo de trabajadores. Para estar completamente segura llamó a la clínica:
- Buenos días, quisiera tener una cita con el Doctor Gianfranco Manrique López.
- ¿Manrique? Ese apellido no aparece entre los especialistas.
- ¿Está segura?
- Así es. Están los médicos Ughetti, Sanez de Santamaría, Rizo-Patrón, Baccellieri, Brescia, Barahona, Vagnoni, Rieckhof; pero, ¿Manrique? Ese apellido no figura en esta prestigiosa clínica, señorita. – enfatizó la recepcionista, como dando a entender que ese apellido era tan de mierda para una clínica sanisidrina.
Empero, las respuestas las encontró cuando entró a la bandeja de salida de la cuenta y visualizó los e-mails que Checo había mandado a Javier. Mordiéndose los labios y mirando, cual psicópata desquiciada, la puerta del baño por si su esposo salía, leía cada uno de ellos. Al notar que el agua de la ducha había dejado de correr, reenvió los archivos a su dirección electrónica. Cuando Checo dio a su encuentro, Fernanda fingió serenidad y, es más, hasta (casi vomitando bilis) se ofreció a prepararle un café y llevárselo a la habitación.
Cuando se quedó sola en casa, minuciosamente, como si lamiese el veneno de las letras, volvió a releer cada uno de los documentos dejando de lado la incredulidad y la bondad. Se horrorizó cuando abrió el video adjunto y se veía a sí misma, entre gemidos y promesas incumplidas, manteniendo intimidad con su mejor amiga, Gisella Flint. Su propia sangre contaminada la hacía enloquecer.
Por fin, entre esa enajenación incomprendida, se daba cuenta de que Checo no sólo aborrecía al bebé que ella esperaba, sino, que odiaba cada uno de los días que pasaba a su lado. Entre ese maremoto de náuseas y vómitos, terminó de comprender que ella estaba siendo un estorbo, una suerte de vorágine perverso que había terminado por enloquecer a su esposo y que, por lo visto, quería destruirla frente a todo el mundo. Por algo es que se ha comunicado con ¡Javier Arteaga!, ¿qué hace mi esposo mandando correos y videos a un abogado, que para concha, tiene la fama de chibolero y racista? ¡Ya lo entiendo!, me quiere cagar; por algo también ha puesto cámaras en ¡mi propia casa!, vociferaba, mientras se subía a una silla y, en efecto, descubría que en una esquina de la sala había una cámara de seguridad. Su impotencia y cólera era tal que no sólo pateó los muebles y maldijo su suerte, sino que, en un instante, sus manos formaron un puño y a punto estuvo de destruirse, de golpear ese vientre indigno. Pero no, algo la detuvo y, al darse cuenta de no ser capaz de hacerse daño, cayó rendida, frustrada, de rodillas en medio de un sollozo.

No tendría que hacerme daño; yo no busqué esto. Ahora todo se jodió todo, pues, ¡todo! Pues ¡se cagarán ustedes primero, hijos de puta!, pensaba Fernanda, sentada en el sofá, tratando de mantener la serenidad, bebiendo una taza de té de frutas. A mí nadie me destruiría; y bueno, ¡mala suerte, carajo!, si el niño engreído de Lima cree que cagué su vida de pendejito al quedar embarazada, pues que se joda. ¿Acaso, realmente, creía que lo amaba? ¿Acaso cree que me hace ilusión tener un hijo con un bicho como él? No lloraré como una despechada ni le recriminaré nada. Actuaré como si nada hubiese ocurrido y me tragaré su discurso de estrella. 
Por la tarde, fue a la peluquería a hacerse un peinado de gala. Se compró un vestido nuevo, algunas joyas en La Casa Banchero y harto maquillaje. Almorzó fuera de casa, sola, apenas algo ligero para preparar su estómago a lo que vendría después. Bajo la puesta del sol, revisó cada parte de la casa y encontró dos cámaras más: una, en su habitación, en una esquina, al lado de la imagen de la Sagrada Familia; y otra en la cocina, a un lado de la alacena. Checo es un buen hijo de perra, se decía, volviendo a la pesadilla, echada en el sofá, mientras volvía a ver una y otra vez aquel video erótico con su amiga Gisella Flint y, es más, hasta por un instante, los soplos del deseo rozaron sus mejillas y, entre ese odio enfermizo, quiso alejarse de la realidad y convertirse es una suerte de ángel inmaculada. Quizás, ese rencor, esa inquina elevada a la millonésima potencia, la erotizó de tal forma que, con los ojos bien abiertos en la pantalla del monitor de la computadora, comenzó a masturbarse hasta tocar el nirvana.

Checo llegó alrededor de las diez de la noche. Fernanda lo esperó con el vestido nuevo: negro y elegante. Maquillada a la perfección. Envuelta en un perfume intenso de Givenchy.
- ¿Iremos a cenar? – le preguntó, sonriendo, más cariñosa que nunca.
- ¡Estoy lleno! – enfatizó él. – Creo que mejor iré a dormir.
- ¡Amor!, ¿acaso estás loco? ¿Crees que me he puesto linda para ti para que me digas que irás a dormir? – y se sobaba la panza. – Vamos por una copa de vino.
- ¿Y no estás prohibida de tomar alcohol?
- Una copa de vino no le hace mal a nadie, mi amor. Vamos, ¡hagamos un brindis por tu cumple! Te he esperado toda la tarde, ¡no te pases, pues!; quiero engreírte toda la noche.
Y se fueron a Cala: Checo con esa molestia natural, sin ocultar el pesar en el rostro. Y Fernanda, con una mirada de superioridad; como si es que diese a entender que, sólo esa noche, ella iba a tener el control de absolutamente todo.
- ¡Feliz cumpleaños, mi amor! – exclamó ella, alzando una copa de vino blanco. – Nuestro baby y yo te deseamos todo lo mejor. Sabemos que este es apenas el primer cumpleaños que celebraremos juntitos de muchos, muchísimos, que están por venir. Porque, sí, mi amor, yo estaré contigo toda mi vida.
- Gracias, guapa. – respondió Checo, envuelto en hipocresía, deseando que las palabras de Fernanda no se cumplan.
Al llegar a casa, terminaron haciendo el amor. Cuando Checo se quedó dormido, los demonios volvieron a apoderarse de Fernanda: Veía a su esposo ahí, roncando, de costado, envuelto en ese descaro al fingir que nada ocurría, que todo estaba bien, que si por él fuera, sería capaz de dar su todo por esa familia que, precoz aún, estaban a punto de formar. Entonces, casi por inercia, no pudo con ella misma, con esa bilis que envolvía sus entrañas. Se levantó de la cama de un salto. Presurosa, se dirigió a la cocina y, de la alacena, sacó un cuchillo de picar y una servilleta de tela. Luego, fuera de sí, buscó algunos cables: Uno, lo cogió del televisor, otro, de su laptop; otro más del cargador del celular y uno último, de uno de los parlantes del equipo de música. ¿Seré capaz de hacer todo esto?, se preguntaba, mordiéndose los dientes, con la respiración agitada, mientras volvía a entrar a la habitación donde estaba Checo, tendido, murmurando entre sueños. Sin despertarlo, minuciosamente, amarró cada una de sus extremidades con las patas de la cama. Lo miró una vez más. Es lo que te mereces, hijo de puta. ¿Me quisiste cagar, perro?, se decía, con el puño de la mano izquierda entrecerrada, y con el otro cogiendo con fuerza el cuchillo que alimentaba el morbo. Se acercó a él y, con un movimiento violento, le introdujo la servilleta de tela en la boca. En ese preciso instante, Checo abrió sus ojos y, en vano, trató de levantarse de un salto. Ahora, mi amor, tendrás que aprender tu lección, ¿ya?: No se hacen travesuras con tu esposita, ¿entendiste?, le decía, mientras le mostraba el inicio de su fin. Con Checo retorciéndose, gritando a la nada, Fernanda clavó el puñal en el pecho de su cónyuge. Para ser más precisos, en el lado izquierdo, exactamente en el centro del corazón. No contenta con ello, como si fuese un pollo a ser degollado, lo cogió del pescuezo aplicándole la dosis vengativa y, casi escuchando el filo del cuchillo, pasó el filo del arma en la yugular. Finalmente, cual espectadora sentada en la platea, retrocedió unos metros viendo cómo él trataba de desenredarse, de fugar, de emitir una súplica, de gemir. Terminé contigo, hijo de puta, sentenció; largándose de la habitación que se inundaba en sangre.

Al día siguiente, sin rastros de lágrimas, tomó desayuno en casa. Subió al segundo piso y ni se inmutó cuando vio el riachuelo de sangre que salía de aquella aborrecible habitación. No se cambió de vestido; no se dignó a entrar a la alcoba. Más bien, manejó hasta el Jockey Plaza. ¿Qué haría ahora? Pues fácil: Reventar la tarjeta de crédito. Saliendo del cine, entró a un supermercado y ahí compró una congeladora que, ofreciendo a los trabajadores una buena propina, se la dejaron esa misma tarde en casa. Al llegar, por fin se resignó a entrar a la habitación maldita. Dejando un camino ensangrentado, arrastró el cuerpo níveo hasta el garaje. Luego, con agua, lejía y ácido muriático limpió la sangre de la habitación y fue minuciosa al eliminar toda huella colorada. Posteriormente, vendría lo que, en un inicio, parecía ser lo más difícil: Sin embargo, Checo había perdido peso y no fue tarea complicada levantar el cadáver y meterlo en la congeladora, ya instalada, que acababa de comprar.
Tuvo que esperar unos días para recién tomar acciones: Había pensando en incinerar el cuerpo y luego botar los restos en algún lugar descampado para, finalmente, informar a la Policía que su esposo había desaparecido. Sin embargo, descartó la idea cuando leyó las cláusulas del contrato del seguro de vida que, hacía apenas unas semanas, Checo había firmado: Ahí, se establecía que, en caso de desaparición, los beneficiaros tendrían que esperar seis años para recién poder cobrar lo pactado. ¡Una eternidad! Por eso, el instinto más asesino y desdeñable de Fernanda la obligó a volver al mismo supermercado y, en esta oportunidad, compró una sierra eléctrica y cuatro coolers. Sin piedad y envuelta por una posesión diabólica, prendió la sierra y cortó cada una de las partes del cadáver de su marido. Como el cuerpo tenía días de congelado, todo se hizo más fácil. Es como cortar madera; podría ser una gran carpintera, ¿qué dices tú, hijito mío?, se preguntaba, mientras se daba un respiro y hablaba con su vientre, tocándolo sin cariño. En un cooler, puso el tórax; en otro, el cráneo; en otro, los brazos; y en el último, las piernas. Luego, sólo quedaba dejar las evidencias en algún lugar visible, hacerse a la víctima, llorar, mostrar una imagen de beata sufrida y evitar demoras en el cobro del seguro de vida.
Ambos fuimos unos hijos de puta, pensó, mientras se disponía a dejar los pedazos del cuerpo en la carretera.

Jesús Barahona.
"La tristeza del azar". Página 123 ©

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